jueves, 1 de junio de 2017

Cuento de un día con niebla

Magdalena la niebla miraba mientras su pelo trenzaba. Desconocía el final del camino con la misma inocencia con la que se peinaba. Magdalena caminaba, sin saber que giraba al son de cada mechón. Magdalena sabía que los sueños, sueños son, y frenaba cada vez que un nudo se interponía en la trenzada. Distraída, no notó que sus manos guiaban a sus pies, o viceversa, o si era el destino ya tejido o por tejer el que guiaba su andar y nunca dejó de trenzar, ni de caminar. Porque Magdalena lo que si sabía, es que no quería dejar de soñar.

Kilómetro 0

Ahí donde la comunión nace, donde el punto no es sino proyección. En el exacto lugar del límite inexistente, de vibra ambigua y alterna. Del encuentro, una simulación, de la simulación al frío, o al calor, al abrazo y a la negación, de la pasión al amor y de la pasión al montón. De la visión a la pantalla, en la pantalla la comunión, sin frío, ni calor, del principio, del final, del andar para encontrar, qué punto y qué lugar.