Y sin titanes que liberar, no hay Hércules que temer, y sí un Zeus que pueda perdonar y devolverle al díos de los períodos un poco de luz, para difrenciar el amanecer del anochecer, el comienzo del fin, cuando cosechar y cuándo cultivar. Y de tanto esperar, perdió la calma, y no hay ansiedad que no acelere el tiempo, y no hay tiempo sin que su dios lo pueda controlar, como no hay adicción que no se pueda reemplazar, y Cronos entonces, sediento de su sangre, comenzó por un dedo, no frenó en el hombro, y se apuró, porque las cuevas no tienen luz, y sin luz no hay sombra que indique el momento, y la obscuridad lo inunda todo, y no se sabe cuándo es rápido, cuándo es lento o cuándo es mucho, y siguió.
Y el día se apagó, y las estrellas titilaron tan rápido que ni fugaces llegaron a ser, la marea perdió a la luna y los ríos el rumbo, el gallo no supo cuando cantar, las madres no llegaron a amamantar ni Zeus a liberar.
Y hundiendo un labio sobre otro, luchando contra su última entidad, fue en el último bocado que Cronos se exitinguió, y el universo sin tiempo se quedó.
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